Los sueños del viejo
De barrios y locos
Todos los barrios tienen sus personajes pintorescos. Esos locos simpáticos, algunos un poco tenebrosos, que habitan sus calles y las llenan de historias. Sus vidas en general son fruto de las más extrañas elucubraciones, pero la realidad marca que en su mayor parte permanecen misteriosas. Esta es la historia, o al menos lo que se suele contar de ella, de nuestro loco, el viejo Pinchetti, aquel que hace varios años pasa sus días y noches sentado en el porche de su antigua casa de Villa Urquiza.
Al principio fue la idea. Ni brillante ni modesta, solo un atisbo de lo que sería. Cansado de meses y meses de mirar la hoja en blanco, o de tirar las insulsas palabras escritas. Bloqueo de escritor le dijeron. Duró casi eternamente hasta que un día comenzó a escribir. Su problema era la inspiración y de dónde obtenerla, no tenía musas, no escribía sobre hechos reales, solo se limitaba a abusar de su magra inspiración.
Al borde de la desesperación, gastando uno a uno los últimos pesos de su primera novela, decidió utilizar sus sueños como combustible para su nueva obra. Sueños en sentido literal. A partir de ese momento, todas las mañanas al despertar tomaba la birome y el anotador que reposaban en su mesa de luz y escribía lo más detallado posible sobre lo que había soñado esa noche. Luego del desayuno, y en jornadas de duración variable, embellecía y completaba dichas notas para que pudieran tomar la forma de un cuento. No le preocupaba exponer de esa manera su inconsciente, tal era el grado de su necesidad de reconocimiento.
Todo fue bien durante unos meses, soñaba casi todos los días y en la mayoría de los casos los recordaba bien. Escribió sobre vuelos infinitos, viajes lisérgicos, oscuras profundidades y traiciones ambiguas. Incluso juntó un par de temática similar y armó un solo relato. Estaba animado, feliz por haber dejado atrás tanto tiempo de incertidumbre y esterilidad.
Cuando hubo juntado una buena cantidad de páginas se las envió a su editor. Su respuesta fue rápida y positiva, algo así estaban esperando. La publicación de Entre Sueños, tal fue el nombre del libro, fue exitosa y desde la editorial no tardaron en pedirle una segunda parte. Por supuesto aceptó el desafío decidido a continuar con su modus operandi. Pero la vida siempre depara sorpresas al doblar la esquina.
Los problemas no tardaron en presentarse. Llevaba unos pocos días de escritura del volumen dos cuando comenzó a olvidar lo que soñaba. No le pasaba siempre pero casi la mitad de las mañanas el recuerdo se le escurría entre los primeros minutos de conciencia. Los esfuerzos para tratar de recordar se volvieron cada vez más grandes, e inútiles. Gradualmente un oscuro pensamiento se fue posando en los límites de su mente para ir ganando poco a poco mayor preponderancia, se sentía incapaz de culminar su tarea, y así comenzó su camino de ida hacia la frustración.
Las noches sin sueño dieron paso a noches en vela. Cambios bruscos de estado de ánimo y reclusión fueron las consecuencias más visibles. Su obra nunca vio la luz, y su rastro se perdió en el encierro.
De habladurías y creencias
De los días y las noches siguientes nadie sabe demasiado. Son todos rumores sin fundamento que se repiten de boca en boca entre los más mentados (y no tanto) historiadores del barrio. Pero hay algo que nadie puede negar: un buen día el viejo salió de su casa, y se sentó en la silla que se encuentra a la izquierda de su puerta (la misma en la que solíamos sentarnos con mis amigos del pasaje Beethoven, cuando jugábamos a inventarle oscuros destinos al dueño de casa), y nunca más se levantó.
Dicen los chismosos que el viejo siempre está despierto, y que jamás le vieron cerrar los ojos, padeciendo en silencio su tormento por haber agotado sus sueños. También dicen que a pesar de aparentar unos 75 años, vive en la misma casa desde principios del siglo pasado, y que no puede morir. Yo por mi parte, prefiero creer que Pinchetti cruzó una puerta y se encuentra perdido entre viejos sueños tratando de encontrar el camino de vuelta a casa. Cada uno puede pensar lo que quiera, pero el barrio no sería lo mismo sin él.
0 comentarios