¿Por qué viajamos?
En ocasiones suelo tener conversaciones conmigo mismo. Últimamente, recaigo seguido en un mismo tema, y es lo que originó esta reflexión. Tal vez ya lo hayan pensado, o tengan un discurso bien armado al respecto, tal vez simplemente lo hacen y lo disfrutan sin cuestionarse demasiado, pero si tuvieran que contestar ¿Por qué viajamos?, ¿Cuál sería la respuesta?
En particular, me voy a permitir tomar una idea que me dijo un amigo hace poco. Unos días atrás nos encontrábamos en el sur argentino y en una de esas charlas que se tienen cuando uno disfruta de su tiempo, tomando unos mates con la mirada perdida en el lago, se escuchó: Nosotros no vamos de vacaciones, nosotros viajamos. Hay una diferencia conceptual e ideológica entre los dos términos y tal vez por eso, y porque tuve algunos momentos para pensar en silencio, y otros para pensar en conjunto es que se detonó la pregunta.
Todo viaje ocasiona una ruptura con la realidad espacio-temporal en la que estamos insertos, existe la sensación de que por el tiempo que dure, todo lo que dejamos queda en una especie de stand by. De una forma u otra, cada vez que se emprende un viaje se está escapando de algo y la duración puede relacionarse con la necesidad que teníamos de escapar, con el momento por el que está atravesando una persona. Uno puede escapar del agobio de la cotidianidad tomando los clásicos y absurdos quince días de vacaciones. Se puede prolongar ese tiempo con la necesidad de tener un momento de comunión con uno mismo, de reflexión, un momento en el que puede haber definiciones, cambios. A veces el viaje es con boleto abierto, sin retorno estimado, donde se puede buscar parte de la identidad, mayor comodidad, el sentimiento de independencia. También puede servir como respuesta a un cambio sucedido antes del comienzo, donde el status quo ha sido alterado. En definitiva, cuando viajamos constantemente nos vamos redefiniendo a nosotros mismos.
Lo importante es la esencia, lo que se genera, lo que deja. Al viajar nos nutrimos, crecemos, se produce un intercambio entre las personas. Claro que está en cada uno saber qué cosas de ese intercambio nos queremos quedar y cuales preferimos, tras haberlas conocido, dejarlas pasar de largo. Es fundamental hacer lo que se siente en cada momento ya que de esa manera después no vas a poder reprocharte nada, no vas a plantear escenarios en tu cabeza sobre qué hubiera pasado si hubieras hecho tal o cual cosa. La verdad es que los “y si” no existen.
Tras haberle dado algunas vueltas, creo que las relaciones entre personas se dan por una cuestión empática. Así es como uno va interactuando, conociendo, desnudando a los otros hasta el punto que se desee o que el intercambio de empatía lo permita. Los lugares en sí suelen no ser más que una excusa, le dan una circunstancia dada al viaje y suelen ser un deseo, un capricho, un anhelo, un sueño. Sin embargo, el lugar lo es todo y a la vez nada, nos contextualiza, por algo se produce el intercambio con ciertas personas en ciertos lugares. Pero la esencia propia de la acción trasciende por completo al contexto. Es lo mismo conocer una maravilla del mundo que caminar en un cerro divisando un pequeño poblado en la base, remar en el lago más alto del mundo navegable que disponer la carpa en un pueblo de quince familias y disfrutar uno de los mejores cielos estrellados que viste en tu vida, me pregunto. La verdad es que el hecho de que no sea lo mismo depende completamente de la persona, del instante particular por el que atraviesa, de lo que es, de lo que siente.
Viajar llena el alma, enseña, nos trae a la realidad, nos permite aprender a pensar, provocar a la creatividad, despertar curiosidades y redescubrirnos constantemente. Por eso considero que es una inversión en uno mismo. Hay que hacerlo todo lo que podamos, disfrutarlo, aprender, recordarlo, solos, con amigos, en pareja, con la familia. Simplemente háganlo.
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