El espacio, la frontera final
Siempre me gustó la ciencia ficción. Ya de chico consumía todas las películas que podía de ese género, desde ET, más infantil y aventurera, a la cual vi en VHS (no había nacido cuando se estrenó, soy el más viejo de Expreso, pero no tan viejo), hasta otras que se relacionan con el terror como Alien o la acción como El Demoledor (ojo con no bancar a este film, acá se la AMA). Paralelamente, mi interés por la lectura me acercó a capos del género como Isaac Asimov, Ray Bradbury, Arthur C. Clarke y posteriormente a Philip K. Dick, solo por citar algunos ejemplos. Pero no es de pelis ni de libros de lo que hoy quiero escribir, porque hay otro medio importante que influyó sobre mi durante mi niñez, me refiero obviamente a la televisión. Hubo muchos programas que me gustaron, pero eran dos los que trataba de no perderme, en épocas en que no tenía cable, y que en el presente, luego de muchos años, estuve revisitando, al menos de manera parcial. Código X, así era el nombre que Telefe le daba a las particulares y conspiranoicas investigaciones de Mulder y Scully, era uno de ellos (quizá material para una futura entrada), y Star Trek: La Nueva Generación, el otro, que es el tema que va a ocupar el presente post de Expreso a Neptuno.
Ser fan del género es condición necesaria pero no suficiente para gustar de Star Trek. Sin embargo, si le das una oportunidad vas a encontrar que hay al menos una versión de Viaje a las Estrellas para cada generación. Habrá quienes prefieran la original, esa de la década del 60, con los emblemáticos Capitán Kirk y el señor Spock, que luego de tres temporadas y con una continuidad dificultosa al aire, revivió la franquicia de la mano de 6 películas que se estrenaron entre las décadas del 70 y 80, finalizando la saga en 1991. Otros preferirán hijos de los 90, como Deep Space Nine, o Voyager, o incluso Enterprise, esa serie que ofició de precuela en los albores del siglo XXI. Pero para mi, que nací a mediados de los 80, y crecí sin cable, Star Trek es sinónimo de The Next Generation, la del Capitán Jean Luc Picard (el capo de Patrick Stewart) y William Riker (Jonathan Frakes) como Número Uno, la que me sentaba a ver casi todas las noches a eso de las 8, cuando las inclemencias del tiempo me dejaban sintonizar el esquivo América TV.
La creación de Gene Roddenberry tiene características que se repiten en todos sus productos derivados, y que solo se tornan un tanto difusas en la revisión cinematográfica realizada por J.J. Abrams a partir del 2009. Star Trek se caracteriza por una visión optimista del futuro, casi utópica, y libre del cinismo que impera en demasiados productos hoy en día, con una Federación Unida de Planetas bajo la cual, y de manera pacífica, se engloban millones de individuos, sin distinciones de sexo, religión, y especie, dado que el show se encarga de presentar un sinnúmero de razas alienígenas. Obviamente no todos los planetas están alineados, y en el devenir de los programas vamos conociendo a los Klingon, los Romulanos, los Borg, distintas especies que por una variedad de razones antagonizan con nuestros protagonistas. Por otra parte, se da preeminencia a la aventura y el descubrimiento, por sobre la acción. La pasión por conocer nuevas civilizaciones, formas de vida impensadas, y realizar contribuciones importantes a la ciencia se dejan ver de manera muy clara en el devenir de la franquicia. Esto hace de ésta, una obra que no es para todo el mundo. A menudo se presentan situaciones que generan conflictos morales, éticos y filosóficos en los personajes, lo que torna sumamente interesante al show, que sin ser pretencioso siempre deja pensando al espectador. Otro aspecto clave a destacar, y que lo diferencia de otros productos con vastos universos expandidos, es la coherencia narrativa entre sus distintas iteraciones, a tal punto que el reboot cinematográfico realizado en 2009 también se encuentra dentro del mismo canon.
Mención aparte merece la constante comparación con su "némesis" cinematográfico, Star Wars. La verdad que considero que se trata de una rivalidad potenciada más por el fandom que por los protagonistas y realizadores. El propio George Lucas ha reconocido en Star Trek una influencia importante (aunque no es ni por asomo la única), a la hora de diagramar las aventuras de Skywalker y compañía. Mientras que William Shatner estima que fue gracias al éxito cosechado por La Guerra de las Galaxias que se pudo revivir la franquicia del Capitán Kirk en el cine. Además son productos muy diferentes que bien podrían considerarse complementarios para el seguidor de la ciencia ficción. Uno representa la parte dura del género, la exploración espacial, el contacto con nuevas civilizaciones, la curiosidad por lo desconocido, y el otro toma como base el Sci-Fi, pero lo condimenta con toques de western y melodrama (solo por citar dos ejemplos), y lo convierte en algo más, que con el tiempo se ha dado a conocer como Space Opera, y está más orientado a la acción.
En este contexto general es inevitable preguntarse qué hace especial a La Nueva Generación. Lo que me lleva a cuestionar si mi elección no se basa puramente en el factor nostalgia, ese que tiñe casi todas nuestras opiniones de (mayor) subjetividad por el simple hecho de que hemos visto tal o cual programa (se aplica a cualquier ámbito) en un momento especial de nuestra vida, siendo la niñez uno de esos momentos. Más allá de eso, creo que el acierto de ST:TNG radica en la fuerza de sus personajes, desde los antes mencionados Picard y Riker, que en muchos sentidos son los héroes del show, hasta secundarios de gran importancia como el androide Data (Brent Spiner), y su constante exploración de la esencia humana; Worf (Michael Dorn), con el peso de su herencia Klingon, motivo de orgullo que en ocasiones se convierte en una carga; Geordi La Forge (LeVar Burton), jefe de ingenieros, dispuesto a intentar lo imposible cuando la situación lo requiere; la doctora Beverly Crusher (Gates McFadden), a quien no le importa arriesgarse en aras de hacer lo correcto; y la consejera Deanna Troi (Marina Sirtis), siempre poniendo su extraordinaria empatía a disposición de la tripulación. Los personajes crecen, evolucionan, ven sus creencias cuestionadas, confrontan a sus miedos y demonios, toman decisiones que creen correctas pero que pueden acarrear consecuencias indeseadas a futuro, forman importantes lazos entre si, y con el espectador, que termina comprendiendo que es imposible no quererlos. Todos tienen su momento para brillar, a todos les terminamos conociendo sus bajezas. Su caracterización es sin duda uno de los puntos más fuertes del show.
Por supuesto que las historias que se cuentan a lo largo de las 7 temporadas que van de 1987 a 1994 también son otro de los puntos altos del programa, y precisaría otro post (quizá venga en un futuro cercano) para hacer un racconto de mis favoritas, hay algunas míticas, como las que cuentan con la participación del ser omnipotente Q, o en la que Picard es secuestrado por los Borg, o las que cuentan con la participación de Leonard Nimoy en su papel de Spock, entre muchísimas otras. Siempre disfruté del recurso de realizar capítulos dobles compuestos del último capítulo de una temporada y el primero de la siguiente, realizando una buena utilización del cliffhanger.
Hoy que se cumplen 50 años de su existencia, y que se estrena su treceava película, me pareció un día ideal para recordar y recomendar esta serie. Es un buen momento para dejarse llevar por esta tripulación, subir al Enterprise y embarcarse en una misión llena de aventuras y descubrimientos, pero no por eso exenta de peligros. Es hora de llegar a donde nadie más ha llegado.
Aquí culmina mi intento de interesar al lector en una serie de ciencia ficción, género que por mucho tiempo fue considerado de nicho, que muchas veces fue injustamente catalogada de aburrida, y que encima tiene más de veinte años de finalizada. Me considero hecho si llegan al final del post, y ni que hablar si alguno anima a ver un par de episodios, en cuyo caso me gustaría que me comenten su experiencia. Nos leemos el mes que viene en Expreso a Neptuno.
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