Muerte de un calvo.
3:09 p.m. Neptunita 0 Comentarios Categoría :
Esta es la historia de un suicidio.
La vida es un binomio y el lado del que caigas no depende de ti. Del lado pobre o del rico; del lado listo o del tonto; del lado del bailarín o del patapalo... donde vayas a parar es cuestión de suerte. La misma suerte que hizo que de entre todos los millones de hombres a los que tu madre podría haber elegido como fecundador de sus óvulos, eligiese al calvo de tu padre. Ya sabes cuál es tu lado en la vida. No fue tu culpa, pero eso no quita que tu también vayas a ser calvo. Lo único que te queda es rezar para que nazca un Guardiola o un Bruce Willis. Un mesías pelado que borre el estigma que acarrea quedarse sin pelo. Pero la gloria se la lleva el que la empuja, no el que daba el pase. Por eso que Guardiola o Bruce Willis sean atractivos no significa que tú dejes de ser un cartoniano de mierda. Otra vez el binomio: hay calvos sexys y calvos jodidos.
Pero mi amigo Juan decidió vivir. Juan, Juanito, siempre pensé que si hubiéramos vivido una guerra él no habría durado ni medio cargador. Su calva reflectaba hasta la luz de la Luna y eso, en mi imaginación, lo hacía un blanco fácil para los francotiradores. La calvicie le acomplejaba, no le dejaba ser. Su personalidad había sido conquistada por la alopecia. Su amor propio había capitulado. Su arrojo firmó hace tiempo la rendición. Pero en aquella tarde, mientras le esperaba removiendo el café con una cucharilla que me recordaba a su nuca, me hizo saber que en realidad era un survivor. Apareció de entre los puestos de flores con una melena desafiante. Una venganza morena y ondulada caminaba con paso seguro hacia mí. El Juan que conocí, el que miraba de reojo las peluquerías como el que mira a la chica que le gusta besarse con otro, había muerto. Juan mató a Juan en Turquía, en una clínica de implante capilar. Juan se quitó la vida para volver a nacer y así fue como lo hizo.
Desde su apartamento de solterón en Madrid, inició toda una investigación para conocer el top 5 de clínicas especializadas en injerto de pelo. La cosa no fue sencilla porque actualmente hay más 250 de estas clínicas repartidas por el país. Se adentró en los foros de calvos rehabilitados que pixelaban su cara para no ser reconocidos, preguntó a conocidos de conocidos y leyó muchos artículos, así como los comentarios de esos artículos. En una hoja apuntaba las estrellitas con las que los clientes calificaban la calidad de los servicios recibidos. Lo más difícil fue hablar en persona con alguno que se hubiera operado. Muchos hombres después de haber dejado a su Yo anterior tirado en las calles turcas, querían permanecer en el anonimato. Quizás por vergüenza o quizás porque no querían recordar los tiempos de hambruna capilar, preferían eludir el tema. Como cuando alguien te pregunta por aquella novia que te rajó el corazón y tú contestas “Ay, pues la verdad, no sé de quién me hablas”.
Finalmente se decantó por una de las clínicas. La primera que aparecía en los motores de búsqueda. Llamó al número de contacto y para su sorpresa, le atendieron en español. Se ve que no iba a ser el primer paciente español que tenían. Tras la llamada, su cirujano, una suerte de gurú del folículo piloso, el Doctor Milagro digamos, le pidió varias fotos de su cabeza. Una frontal, una trasera, una lateral y una última cenital. Se las tuvo que ingeniar para hacérselas él solito mediante un juego torpe de espejos porque la longitud de sus brazos no daba para tomar bien las imágenes. En cuestión de un mes y tras analizar cuidadosamente las fotos (quiero pensar que fue así) el doctor le dijo que era apto para la cirugía.
El precio total era alrededor de los 3000 euros. Muy barato en comparación con lo que cuesta esta operación por el método FUE (poca broma, se llama así) en España. Aquí ronda los 8000 euros. El precio de la operación incluía vuelo a Estambul, dos noches en un hotel cinco estrellas, traductor, chófer y guía. De esta última prestación se deduce que el pack también contemplaba la función propia de viajar. O sea, conocer la cultura y las gentes del lugar al que vas. Y en el caso de mi amigo, con el plus añadido de su pelo nuevo como fiel compañero de viaje.
El trayecto en avión fue regulero, muchas turbulencias. Juan prefería no pensar en ese dicho que tanto repetía su padre de “lo que mal empieza mal acaba”. A la llegada al aeropuerto su chófer personal le estaba esperando con una cartulina en la que se leía su nombre. El señor agarró servicialmente la maleta con un par de mudas y algo cómodo para pasear y se subieron a la furgoneta. No iba solo, la ilusión viaja en grupo, y dentro ya había otros pacientes con su mismo destino. El chófer era siciliano y compaginaba este trabajo con el de regentar un par de bares de copas en Barcelona.
Nada más poner un pie en el hotel, vio que la inversión del presidente Erdogan de 30.000 millones de euros en turismo estético estaba funcionando. Las clínicas proliferaban por todo el país haciendo que el precio de las operaciones bajase. Provocaban un efecto llamada que hacía eco en el hall del hotel. 70.000 calvos cada año acudían al país atraídos como las ratas por el flautista de Hamelín. Revistas de tendencias masculinas y cortes de cabello inundaban las mesitas y aparadores de todas las plantas. Un termitero de cabezas vendadas y sonrisas de estreno era ese lugar. Joder, sonreían incluso mientras comían una insípida ensalada del buffet. Ex calvos por doquier estrenaban vida. A Juan le dio la risa, y más risa aún le causó ver que el staff del hotel ni se inmuta ante tal maraña de lo acostumbrados que estaban. Hombres de todas las edades y procedencias parados frente a espejos impacientes por ver el germen de la semilla injertada. El tiempo medio de espera es de un año, aunque en los primeros meses ya pueden empezar a ver el fruto.
El sábado llegó el momento. Paolo, el chófer, le llevó hasta la clínica en pleno centro de Estambul, en la zona de los comercios y las tiendas de ropa. Por los alrededores de la avenida Taskim. Junto al lugar en cuestión había un kebab. Juan se planteó si prefería comer el último kebab como calvo o esperar a comerse el primero como cabelludo. Se quedó con la primera opción, a fin de cuentas, la cirugía duraba unas ocho horas con un descanso de solo treinta minutos.
El Doctor Milagro le esperaba en la puerta del quirófano acompañado de un equipo de jóvenes médicos. Como están abiertos 24x7, trabajan por turnos de 8 horas. Esa ciudad es el Burger King de la estética. El quirófano le pareció familiar a mi amigo y paciente porque, salvo por la ausencia de alcohol y tapas, Juan estaba en su salsa de los domingos: la cabeza dormida y la mirada fija en el fútbol que ponían en la tele. Jugaban el Galatasaray contra el Besiktas. En esa camilla murió Juan el calvo. Le asestó 4000 puñaladas que equivalían a los 4000 pinchazos con los que le implantaron el pelo de la nuca en la parte superior y frontal de la cabeza.
Al día siguiente, a quién carajo le importaba el día siguiente y el doloroso posoperatorio y la incertidumbre de si te han estafado o no. Y ahora darle la vuelta a todos esos portafotos en los que está el hombre con el que ya no se identifica. Qué digo identifica. El hombre que nunca existió. De ese viaje solo guarda el chat que hizo con otros hombres que pasaron un fin de semana como el suyo y por el que ni hablan, solo se envían fotos de sus peinados y de las gominas más caras del mercado.
Juan cometió un crimen perfecto del que salió limpio como Andy Dufrane cuando se fugó de Shawshank. Juan ha muerto. Viva Juan.
Gracias al NEPTUNITA de este mes: Eduardo Dominguez