Cambio de hábito
Ya se han escrito numerosas páginas sobre cómo Internet cambió la modalidad de consumo. No solo compramos casi cualquier cosa a través de la web, sino que obtenemos muchísima información, y muchos productos que antes comprábamos, de manera “gratuita”. En mi caso particular, tuvo un efecto bastante grande en la manera de consumir música, razón por la cual es precisamente en ese punto en el que me voy a centrar en las siguientes líneas.
Hacer un post sobre el efecto de Internet en los hábitos de consumo musical quizá pueda resultar poco novedoso, pero hay ciertos puntos que no dejan de llamarme la atención, a pesar de que parezca que estoy llegando a ciertas conclusiones bastante tarde (aunque según dicen, es mejor tarde que nunca).
Durante mucho tiempo, desde los comienzos de la industrial musical, sobre todo ligada al pop, el formato preferido de venta era el single, un pequeño disco de vinilo con una canción de cada lado, la más fuerte y ganchera, en el lado A, y una obra lo más digna posible en el lado b. La irrupción del rock a mediados de los ‘60 comenzó a cambiar el paradigma, sobre todo gracias a bandas como Led Zeppelin o Pink Floyd, que no creían en el formato, y gracias al auge del rock progresivo de los 70, cuyas obras no eran aptas para simples. Pasado ese período, el álbum comenzó a ser considerado la unidad de venta ideal, sin lograr que los simples desaparecieran del todo, pero sí que perdieran mucho terreno. Lo que parecía un cambio duradero ha ido cambiando paulatinamente en los últimos años. Internet primero y posteriormente plataformas para escuchar música vía streaming, como la muy popular Spotify, fomentan la escucha de canciones sueltas más que discos completos, y ya hay muchos artistas de diversos géneros que prefieren lanzar una o dos canciones cada tres o cuatro meses, en lugar de editar un disco completo. Así parece que el simple volvió para quedarse, y más fuerte que nunca.
Spotify llegó para cambiar la manera de consumir música |
En este contexto de preeminencia de la canción individual por sobre el álbum, hay una tendencia a dejar de escuchar discos completos, y reemplazarlos por listas de canciones favoritas, tanto armadas por uno mismo, por amigos/conocidos, o directamente prearmadas por la plataforma elegida para consumirlas. Spotify nuevamente constituye un claro ejemplo de esto (la voy a nombrar mucho en este post), ofreciendo muchas listas por género (en algunos casos bastante específicos), artistas, épocas, etc. El random llegó hace años y está más vivo que nunca. Muchas veces preferimos que la canción que sigue nos sorprenda, en lugar de conocer de memoria un disco de tanto escucharlo. Si, vuelvo a hablar de listas, al menos por un párrafo.
Las diversas plataformas de escucha actuales ofrecen listas y sugerencias a medida de cada usuario. Para poder hacerlas se valen de complicados algoritmos que se alimentan con la información que el propio usuario brinda al momento de seleccionar sus canciones, bandas y géneros favoritos, o por el simple hecho de escuchar distintos temas. Supuestamente, cuanto más se use la plataforma, ésta va poder predecir de manera más exacta que canción le puede gustar al usuario. Así le delegamos a los algoritmos ejercicios de descubrimiento que antes hacíamos por nuestra cuenta, investigando influencias y estilos para poder conocer bandas que se ajusten a nuestros gustos pero también para sorprendernos con nuevos sonidos. El algoritmo opera como un especialista al que le depositamos nuestra confianza, y como tal busca satisfacernos encontrando esa canción que nos va a gustar, pero difícilmente nos saque de nuestra zona de confort. Así, el exceso de confianza en estas herramientas puede limitar nuestras posibilidades de descubrimiento.
Algoritmo, descripción gráfica (?) |
Por último, me gustaría hacer referencia a un tema que considero fundamental. No es ninguna novedad que Internet puso al alcance de cualquier melómano una cantidad casi ilimitada de información, ya se trate de canciones, discos o bandas, y esto puede resultar apabullante, hasta el punto de no tener tiempo de procesarla toda y no poder recordar o distinguir y mucho menos incorporar las diversas novedades que vamos escuchando. Es por este motivo que hoy más que nunca se hace necesaria la figura del curador, un experto o referente al que los consumidores reconozcan por su conocimiento y permita realizar un primer filtro sobre los contenidos a elegir, no tanto por realizar críticas negativas o positivas sobre material diverso, sino por ayudarnos a pensar a qué público le puede gustar cada obra.
El consumo musical cambió bastante en los últimos años y seguramente siga evolucionando en el futuro. Alcanza con ponerse a pensar en qué soporte y de qué manera escuchábamos música hace 20, 15 o 10 años atrás para darse cuenta del camino recorrido. Sin duda hay cosas que nos gustarán más y otras menos de este presente, pero lo que es incuestionable es que gracias a la cantidad de información disponible, este es un gran momento para ser amante de la música. Esperemos que esto siga mejorando.
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