Carpe Momentum
Hace unos
días fui al recital que dieron The Lumineers en Niceto. Una de las cosas que me
llamó mucho la atención fue que, al comenzar una de sus canciones más
conocidas, más de la mitad del público levantó sus celulares de forma
automática para grabarlos y no los bajaron ni siquiera cuando el cantante de la
banda cortó la introducción del tema para decir textualmente “Please guys, put
your cellphones down”.
Esta no
fue la primera y sé que no va a ser la última vez que pasa algo así. Sea cual
sea el evento, las cámaras ocupan un lugar central, al punto que las personas
eligen ver su canción favorita a través de una pantallita con tal de lograr
guardarla para la posteridad.
ESPEJITOS
DE COLOR NEGRO
Sé que
suena a vieja culpar a la tecnología de las cosas, pero es verdad que acá
cumple un rol primordial. Más que nada porque ahora cualquier dispositivo
(celular, iPod, reproductor, etc) permite grabar o sacar fotos con una calidad
más o menos aceptable.
Pero eso
no es todo. Ya hay estudios que demuestran que hoy en día muchos de nosotros
pasamos más tiempo mirando la pantalla del teléfono que la de la televisión.
Uno de
los motivos principales es el acceso móvil que los aparatos nos dan a las redes
sociales. Podemos compartir todo, todo el tiempo con todos nuestros contactos.
Indicamos dónde estamos con Foursquare, lo mostramos en Facebook e Instagram y
opinamos al respecto a través de Twitter. Todo eso está literalmente al alcance
de la mano.
POSTEO, LUEGO EXISTO
Y cuando se trata de redes sociales, parece que todos somos mano larga. Argentina se caracteriza por ser uno de los países en los que Twitter y Facebook tuvieron mayor penetración -si, nos la metieron hasta el fondo- en todos los rangos de edad. Pasamos horas navegando e investigando vidas ajenas, “stalkeando” y riéndonos con la página que sueña ser el próximo “La Gente anda Diciendo” (aparecen más o menos dos por semana).
Y cuando se trata de redes sociales, parece que todos somos mano larga. Argentina se caracteriza por ser uno de los países en los que Twitter y Facebook tuvieron mayor penetración -si, nos la metieron hasta el fondo- en todos los rangos de edad. Pasamos horas navegando e investigando vidas ajenas, “stalkeando” y riéndonos con la página que sueña ser el próximo “La Gente anda Diciendo” (aparecen más o menos dos por semana).
Pero eso
no es todo. También compartimos cosas y eso probablemente sea lo más importante
y delicado, porque así como nosotros vemos las vidas de otros, otros están
viendo nuestras vidas a través de Facebook y eso nos preocupa.
Las redes
sociales nos volvieron tal vez la generación más autoconsciente en la historia
de la humanidad. Lo que mostramos son una pequeña ventana a nuestra vida y a
través de ella queremos que todo se vea lo más perfecto posible. Por eso
pasamos varios minutos buscando el filtro de Instagram exacto, seleccionando
cuidadosamente los 140 caracteres que vamos a utilizar o pensando dos veces
cómo nos haría ver el compartir un determinado link en Facebook.
Nos
convertimos, en resumen, en los correctores editoriales de nuestra propia vida.
Y lo interesante es que hay gente llamativamente buena en esto, tan buena que
yo ya no puede diferenciar si la vida de muchos de mis contactos de Facebook es
así de genial, o si en verdad son solo muy hábiles a la hora de elegir que
postear y como postearlo.
FOTO FOTO FOTO FOTO
La
conjunción de ambas cosas da como resultado el escenario del que hablaba al
principio: un evento, muchos celulares/cámara. Y esto a veces da resultados
tristes.
Si, el titulo de esta parte lo saque de
esta publicidad pedorra...
|
El año pasado llegó a la Argentina la exposición Obsesión Infinita, de la
artista japonesa Yayoi Kusama. Esta muestra tuvo un éxito rotundo, con colas
para entrar al museo MALBA que podían durar más de 4 horas. Yo tuve la
oportunidad de ir, aunque dejé varias semanas, para que bajara un poco el
caudal de gente. En ese periodo de espera decenas de conocidos míos que fueron
subieron cientos de fotos de la muestra en Facebook, cosa que me llamó la
atención, por eso lo recuerdo.
Cuando al fin fui, me sorprendió encontrarme con que las cosas estaban peor
de lo que pensaba. En la muestra prácticamente no se podía dar un paso sin
llevarse por delante a una persona sacándole una foto a algo. En un momento
entramos a un cuarto dónde que la artista había llenado de peluches con lunares
-tema central de la muestra- y había dispuesto unos espejos enfrentados, para
dar la sensación de infinito. El cuarto era muy chico, por eso al entrar la
guía nos avisó que solo íbamos a estar ahí durante 1 minuto, para que después
pudiera pasar más gente. Con nosotros entró una pareja que pasó 55 segundos de
ese minuto sacando fotos, casi sin pararse a admirar o a tratar de entender lo
que pasaba a su alrededor. Parecía que más importante que vivirlo, era
registrarlo y subirlo para mostrar a los demás que habían estado ahí.
CARPE... ¿DIEM?
Ese
ejemplo, junto con el del recital, me hicieron pensar sobre nuestra forma de
vivir las cosas. Las personas que nacimos de mediados de los 80s para acá creo
que entendimos bien la idea de que la vida es para disfrutarla y aprovechar al
máximo cada día.
Pero en
el medio perdimos un poco la noción de la simpleza. Queremos estar en todos
lados al mismo tiempo; pensando más en lo que vamos a hacer después que en lo
que estamos haciendo en ese momento; sufrimos de FOMO - ya hablaremos de eso en
otro post- y en el medio de ese desastre nos olvidamos de disfrutar las
unidades más simples y básicas de la vida. Nos sobra Carpe Diem, pero nos falta
Carpe Momentum.
¿Cual es
la manera de recuperarlo? Disfrutar y ser consciente de lo que está pasando
mientras está pasando, sin preocuparse por registrarlo en un intento por
retenerlo para siempre. Después de todo, los recuerdos tiene la virtud de
ponerse más lindos con el paso del tiempo.
0 comentarios