Breaking Bad es una mierda (pero igual la vi entera)
Hace unos 10 días termine de ver Breaking Bad. Si, recién ahora. Es verdad que empecé a verla como dos años después de que terminó. Pero el motivo porque terminé de verla tan tarde es porque me costó mucho. Horrores.
Pasaron más de dos años entre ver el primer capítulo y el último. Y eso que no tenía ni que esforzarme. Están todos en Netflix. La gente se los ve en un par de meses. Mi vieja se los vio en quince días, mientras se recuperaba de una fractura. A mi me costó unos 770 días, aproximadamente. En el medio me mudé de país. Rompí una relación de casi cuatro años. Mi hermano fue padre por segunda vez. Todas estas cosas, cronológicamente hablando, tomaron menos tiempo de mi vida que terminar Breaking Bad.
A los que siguen indignados con el título les digo: fueron víctimas de mi talento para el marketing, Si bien la serie no me encantó, es imposible considerarla una mierda. Así que esto no es un post sobre ese tema. Igual, si mirás dos minutos en internet vas a encontrar artículos - más detallados y escritos por tipos más capacitados- que explican con lujo de detalles porque el programa puede no gustarte.
No, este post ataca otro asunto más profundo y personal. Es un intento de entender por qué mire hasta el final una serie que no me gustó.
LA PRESIÓN Y LA REAFIRMACIÓN
De vez en cuando, en la cultura popular aparece algo que la sociedad convierte en intocable. Algo que es declarado de forma unánime y global como excelente, y cualquiera que esté en contra de eso se vuelve un parea. Estos pareas, para evitar quilombos, muchas veces prefieren callarse, hasta que su opinión se hace casi invisible.
¿Por qué? Hay una teoría bastante popular de la opinión pública llamada La Espiral del Silencio. Lo que dice básicamente es que todos estamos muy influenciados por lo que es la opinión dominante en nuestro entorno y que muchas veces preferimos ocultar nuestros puntos de vista opuestos a los de la mayoría por miedo al aislamiento social. Para entenderlo bien, vamos con un ejemplo fácil: si estás en plena Bombonera, justo al lado de La Doce cuando acaba de desplegar una bandera gigante con la cara de Riquelme ¿Dirías en voz alta que Riquelme no te gustó nunca porque era medio pecho frío y encima se la pasaba armando cabaret en los vestuarios?. Bueno, así funciona más o menos la cosa.
Representación gráfica de La Espiral del Silencio. Para que vean que no todo lo que decimos acá es chamuyo |
Como iba diciendo, el silencio de la minoría da como resultado un totalitarismo crítico que no es nada nuevo. De hecho viene pasando desde hace años en todas las expresiones culturales: música (The Beatles, ejemplo fácil), cine (hablale mal de Vértigo a un cinéfilo, a ver que pasa), literatura (Borges ó Cortazar, por citar un par de intocables) y pintura (¿cuando fue la última vez que escuchaste hablar mal de Picasso?).
Ojo, no estoy comparando nada de ésto a una serie de televisión, son solo ejemplos claros de lo que pasa en las diferentes disciplinas del arte. El punto es que, como ya hemos dicho varias veces, estamos en la bendita era dorada de las series. Y de pronto, lo que hasta ahora era un entretenimiento más superficial, empieza a cobrar un peso específico nuevo en la sociedad. El privilegio que antes se reservaba para fenómenos televisivos muy específicos, como Twin Peaks o Los Simpsons, ahora se otorga a muchas series: The Walking Dead, Lost, Game Of Thrones o la propia Breaking Bad son ejemplos recientes. Stranger Things, en apenas ocho capítulos y pocos meses, se convirtió en un fenómeno cultural casi a la altura de Star Trek, una franquicia con cinco series distintas, una docena de películas, incontables adaptaciones literarias y más de 50 años de historia.
Creo que este es un momento tan bueno como cualquier otro para recordarles que en un mes sale la nueva temporada de Twin Peaks |
En resumen, las series modernas perdieron esa dosis de frivolidad y se han puesto a la altura de otros fenómenos culturales que antes estaban varios escalones más arriba. Con ese nuevo status, quedaron sujetas a las mismas reglas de juego. Y la opinión mayoritaria, potenciada por internet, empezó a hacerse sentir más que nunca.
Personalmente, cada vez que comentaba con alguien que Breaking Bad no me venía gustando mucho y la tenía un poco colgada, me enfrentaba a dos tipos de reacciones, que de alguna manera resultaron ser dos caras de la misma moneda.
La primera era una presión social que tomaba la forma de desaprobación. Básicamente, me miraban mal por decir que no me gustaba el programa, como si no entendiera nada de la vida. No sé si saben a qué me refiero, pero para mí es una mirada bastante familiar. Es la misma que yo le ponía a la gente que me decía que no le gustaban Los Simpsons. Es la misma que me ponen la mayoría de los españoles cuando les digo que Sabina como compositor me parece un borracho, misógino y derivativo. Pero, sin importar cuán firmes sean tus convicciones, a la décima o doceava reacción de este tipo es imposible no empezar a preguntarse si el que está equivocado no será uno.
La segunda era otra forma de presión social, un poco más positiva si se quiere. La reafirmación. Muchas veces tomando la forma de consejo amigable del tipo “¿Vas por la tercer temporada? Aguanta a llegar a la cuarta, que es espectacular”. Si bien algunas veces este tipo de posturas tienen cierto grado de condescendencia -como si te hablaran desde un lugar al que ellos ya llegaron y que vos no sabés ni dónde queda- no se puede dudar de la buena fe de ésta gente. Es como cuando mi viejo a los trece años me ponía Dark Side Of The Moon y me decía que un día lo iba a entender. O cómo cuando mi profesora de literatura de la secundaria nos hacía analizar cuentos de Cortázar, esperando con paciencia que una manada de hormonas con patas se diese cuenta del enorme escritor que es.
¡Me cago en tus muertos! ¿Que coño haz dicho de Sabina? |
Este juego de presión y reafirmación, terminó provocando dos cosas. Primero, hacer que cada vez exponga menos mis dudas sobre la serie. Segundo, que siga avanzando lentamente, a veces con intervalos de meses entre temporada y temporada, hasta que pase el punto del que ya no tenía retorno. Lo que me lleva a otro de los motivos.
LA COMPLETITUD Y LA INERCIA
La necesidad de completitud no es nada nuevo, al menos para mí. En gran parte tiene que ver con el deseo de ver terminado o llegar al final de algo en lo que se invierte tiempo y esfuerzo. Esto aplica tanto a cosas que uno mismo realiza, como a las cosas que se consumen. Y cuanto más tiempo y esfuerzo se vuelca en algo, tanto mayor se vuelve la necesidad de completarlo.
Es por eso que si empezamos a ver una película y a la media hora nos damos cuenta que es una mierda, no dudamos mucho en sacarla y listo. En cambio, si llevamos dos meses leyendo un libro y nos tiene cansados, lo más común es dejarlo un poco en stand by y darle al menos una oportunidad más antes de abandonarlo.
Deja de cuestionarme. La palabra existe |
En el mundo de las series, sin embargo, la noción de completitud es relativamente nueva. Antes no era necesario ver una serie completa. La mayoría de los capítulos tenían historias autoconclusivas, como ganarle al malo de turno o resolver un problema concreto. Y, si bien había un arco dramático que podía extenderse por varios episodios, avanzaba muy lento, lo que permitía seguir la historia sin problemas e incluso razonar por nosotros mismos la información que nos perdíamos al no ver un capítulo. Por ejemplo, si de pronto dos protagonistas aparecen juntos en la cama, era fácil entender que probablemente se engancharon en el episodio anterior, que no pudimos ver porque coincidió con el cumpleaños de la tía Celia.
Pero la aparición del modelo de serie actual cambió bastante ésto. Programas como Lost o 24 empezaron a ir a una velocidad diferente, metiendo una cantidad de información enorme por episodio. Perderse un capítulo se volvió sinónimo de dejar de entender qué carajo estaba pasando y se hizo casi obligatorio ver toda la serie, quedando eliminada la posibilidad de consumo esporádico.
Ver series se volvió algo adictivo, pero que exige tanto de nuestro tiempo como leer un libro. Una vez que empezaste, salvo que te hayas dado cuenta al tercer capítulo que la cosa no funciona, lo más seguro es que sigas. Y cuanto más avanzas, más tiempo llevas invertido y más cerca del final éstas. Y cuanto más cerca del final, más cuesta dejarlo. Buenos ejemplos de ésto son series como Lost o How I Met Your Mother, a cuyos pésimos finales ya dedicamos posteos en este blog. Ni bien comenzadas las últimas temporadas ya era claro que la cosa no iba a terminar bien, pero habiendo llegado hasta ahí ¿Quién iba a dejar de verlo?.
¡Es la economía de argentina! ¡Son las acciones de Enron! ¡No, es la calidad de HIMYM a medida que se acercaba al final! |
En este nuevo panorama entran en juego dos efectos diferentes, pero que generan el mismo resultado.
El primero es la inercia. Básicamente cuando una serie te empieza gustando, la venís viendo con mucho envión y ese empuje te dura hasta al final, aunque con el correr de las temporadas el programa se vaya convirtiendo progresivamente en una mierda. Los programas citados en el párrafo anterior son un buen ejemplo.
El segundo es el magnetismo. Es cuando estas viendo algo y no venís con mucho empuje, pero el final te atrae y cuanto más cerca estás de él, más difícil es deshacerse de esa atracción. En mi caso, al menos, Breaking Bad funcionó con ese efecto.
Pero para que este segundo efecto funcione, es necesario tener cierta predisposición. Esto me lleva al último punto
EL OPTIMISMO Y LA CREDULIDAD
Una de las cosas que más me sorprendieron del libro El Hombre Invisible de H.G. Wells fue su final. Durante todo el libro el personaje principal evoluciona en un villano cada vez con menos matices y sin embargo, en la última página, Wells describe su muerte de una manera tan gráfica que es inevitable sentir pena por él.
El intento de redención de Walter White en los últimos capítulos de Breaking Bad, en mi opinión, quedó lejos de ser así de eficaz. Y más lejos estuvo aún de redimir, ante mis ojos, a una serie que nunca había logrado fascinarme. Pero, lo curioso, es que parte de mí guardó esperanzas hasta el último minuto de que pudiese hacerlo.
El motivo de este optimismo extremo es sencillo. Nadie quiere que un viaje así de largo termine de forma poco satisfactoria, especialmente si el viaje no fue la gran cosa. En otras palabras a un libro, película o serie que nos pareció increíble, le podemos llegar a perdonar un final flojo (de hecho a muchos fans de Breaking Bad el final no les cerró, pero se lo dejaron pasar). Pero cuando algo nos viene pareciendo medio pelo, es inevitable ponerle fichas al final, con la esperanza de que al menos nos sacuda un poco la modorra.
Arquetipo de un final que te sacude la modorra. |
Hace un tiempo leí un artículo sobre la novela La Broma Infinita de David Foster Wallace que decía algo que no comparto, pero que aún así me pareció bastante interesante. Planteaba que el motivo por el cual no hay críticas negativas del libro es porque nadie quiere leer un libro así de largo -tiene más de mil páginas- y después admitir que no le gustó.
Por ese mismo motivo, creo que elegí creer hasta último momento lo que me decía la gente de la serie, esperando que una escena, un diálogo o lo que sea hiciese ese click en mi cabeza capaz de cambiar mi percepción de todo lo que había visto. Pero nunca pasó.
Seguramente existan muchos más motivo para explicar porque vi 46 horas y media de una serie que nunca llegó a gustarme del todo. Pero, como dije al principio, el programa fue sólo la excusa para explorar un fenómeno bastante común. Al final, creo que todos tenemos uno o varios Breaking Bad en nuestras vidas, esa cosa que las personas a nuestro alrededor parecen considerar genial y que a nosotros, por algún motivo, no terminan de llegarnos. Mi consejo para esas personas es simple: la próxima vez que te insistan mucho, acordate que a la gilada, ni cabida.
FIRMA: Alcalde Goldie Wilson
(Progreso es mi lema!)
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