¿Mito o realidad? Vol. VI: La piedra filosofal
¿Existe una sustancia que permite transmutar distintos metales (como por ejemplo el plomo) en oro y plata? ¿Puede un hombre alcanzar la inmortalidad o rejuvenecer gracias a sus propiedades? Eso parecían pensar numerosos alquimistas. Y es por eso que muchos dedicaron su vida, a través de varios siglos, a la búsqueda de la Piedra Filosofal.
Antes de seguir quizá sería recomendable explicar brevemente qué entendemos por alquimia. Se trata, ni más ni menos, que de una antigua práctica que combina elementos de distintas disciplinas, como ser química, arte, astrología, misticismo, medicina y física, entre otras. Es considerada la antecesora de la ciencia moderna, y muchos de sus procesos y herramientas han sido fundamentales para su desarrollo.
Se suele decir que la mayor contribución de esta protociencia, es la sustancia milagrosa conocida como Piedra Filosofal. Y es que no solo hubo algunos alquimistas que pasaron su vida buscándola, sino otros que directamente intentaron crearla. Para ello no bastaba con mezclar distintos elementos para conseguir un resultado final satisfactorio, sino que, en primer lugar, el alquimista debía transmutar su propia alma, purificándose y preparándose mediante la oración y el ayuno.
Se conoce como Opus Magnum (gran obra), al proceso de creación de la piedra filosofal, que constaba originalmente de cuatro etapas, relacionadas a un color: nigredo (ennegrecimiento), albedo (blanqueamiento), citrinitas (amarilleamiento) y rubedo (enrojecimiento). Esta receta, data del siglo primero, pero en épocas posteriores se han determinado procesos más detallados, llegando a tener 12 o 14 pasos.
La primera mención sobre la piedra filosofal, puede encontrarse en Cheirokmeta, una enciclopedia de alquimia, compilada por Zósimo de Panópolis, un alquimista griego nacido a fines del siglo III d.c.. Sin embargo, el origen de la sustancia en cuestión se considera muy anterior, ya que de acuerdo a lo consignado en Gloria Mundi sonsten Paradeiss Taffel (1620, Frankfurt, de escritor anónimo), el conocimiento sobre la piedra fue obtenido por Adán, directamente desde Dios, y se fue transmitiendo con el tiempo entre los distintos patriarcas bíblicos (de ahí su inusual longevidad).
En el siglo octavo, el alquimista y químico musulmán Yabir Ibn Hayyan, consideraba a los elementos químicos como sustancias, que se relacionaban con los cuatro elementos básicos y con cuatro naturalezas (calor, humedad, frialdad y sequedad). De esta forma, de la interacción del calor con la sequedad y la sustancia, se obtenía fuego, de la suma del calor con la humedad y la sustancia, derivaba el aire, adicionando frialdad más sequedad y sustancia, se formaba la tierra y, por último, mezclando la frialdad con la humedad y sustancia, llegábamos al agua. Esto se complicaba todavía más, dado que Yabir reconocía una distinción entre la naturaleza interna y externa de los metales, con lo cual le asignaba distintas propiedades en cada caso (por ejemplo: el plomo se consideraba caliente y húmedo en su interior, pero frío y seco por fuera). Utilizando esta teoría, llegó a la conclusión que cualquier metal podía ser transmutado en otro, cambiando alguna de esas cualidades básicas, reordenándolas. Este cambio se produciría por la acción de otra sustancia, denominada al-Iksir (lo que en occidente conocemos como Elixir), la cual no era ni más ni menos que un polvo rojo, proveniente de una piedra. Como el lector ya habrá adivinado, se trata de nuestra querida piedra filosofal.
Otra leyenda cuenta que el sacerdote y obispo bávaro, San Alberto Magno (siglo XIII), quien poseía vastos conocimientos de filosofía, química y alquimia, habría descubierto la piedra filosofal, y antes de morir, pasó dicho conocimiento a su principal discípulo, el teólogo y filósofo católico, santo Tomás de Aquino, quien se dice, fue testigo de la transmutación de metales en oro.
El médico y alquimista suizo del siglo XVI Paracelso, por su parte, creía en la existencia de un elemento llamado alkahest, capaz de disolver todos los metales, y por el cual los cuerpos podían reducirse a su materia original (eter). Dicha definición lo emparenta de manera cercana con la piedra filosofal. Por otro lado, consideraba de los cuatro elementos derivaban de creaturas fantásticas cuya existencia precedía a la del propio mundo. La tierra pertenecía a los gnomos, el agua a las nereidas, el aire a los silfos y el fuego a las salamandras.
Este breve recorrido histórico llega a su final a mediados del siglo XVII, cuando ven la luz dos libros importantes. Por un lado, el Religio Medici (1643), del médico y escritor inglés Thomas Browne. Un ensayo bastante autobiográfico en el que el autor, de fe católica, relaciona a la piedra filosofal con la búsqueda de la divinidad, algo que iba más allá de la transmutación de metales en oro. Por el otro, el Mutus Liber (1677), publicado en Francia, y por mucho tiempo considerado de autor anónimo, aunque posteriormente se determinó que su autoría correspondía al boticario Isaac Baulot. En dicho texto, a través de 15 láminas (solo las dos últimas tienen texto), se establece la receta para la creación de la piedra.
Ya sea mito o realidad, el eco de la Piedra Filosofal llega hasta nuestros días. Objeto de estudio durante muchos siglos, hay quien la ha interpretado en sentido literal (una piedra blanca para convertir metales en plata, una roja para convertirlos en oro, un elixir para lograr la vida eterna), y quien ha tratado de darle una connotación metafórica (la introspección, la oración y el acercamiento a la divinidad). Su origen, aplicación y propiedades reales, siguen siendo un misterio, y como tal ha resultado irresistible para esa máquina de reciclado que es la cultura pop. Así, ha tenido un rol protagónico en una de las entregas de la serie de libros y films de Harry Potter, y es fundamental para el manga y anime Fullmetal Alchemist, además de aparecer en muchísimas pelis, libros, cómics, canciones y video juegos. ¿Qué es lo que más nos seduce de ella? Puede ser el propio halo de misterio que la recubre, o que plantea soluciones para dos cuestiones que parecen ser muy cercanas a la sensibilidad social de nuestra época, como son la obtención riqueza y la vida eterna. O quizá sea simplemente que la Piedra Filosofal está ahí, disponible detrás de las sombras, para aquel que se anime a buscarla.
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