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Viajando con el rugido del huracán

10:45 p.m. Mala Prensa 0 Comentarios Categoría : , , , ,


A esta altura no es ninguna novedad que acá, en Expreso, somos fans de la ciencia ficción, con especial predilección por todo lo que involucre viajes temporales. Sin embargo, volver al pasado no es patrimonio exclusivo del género. A veces con asistir a un recital alcanza y sobra para revivir momentos de una vida. Y eso mismo fue lo que me pasó el sábado 26 de agosto en la cancha de Huracán, junto a mi hermano y su novia, y rodeado de 40 mil personas más, mientras La Renga brindaba el quinto de una seguidilla de seis conciertos en la Ciudad de Buenos Aires, luego de un largo período en que su presencia en los escenarios porteños se encontraba vedada. 

Dejamos el auto a más de 10 cuadras del estadio, y empezamos a caminar por una Avenida Jujuy bastante embotellada y con un tráfico de peatones sumamente inusual para un sábado a las 20 horas. A partir del cruce con Av. Brasil la calle ya se encontraba cerrada y la procesión de gente que caminaba entre puestos de comida improvisados, otros con un nivel de producción notable, y vendedores de cerveza, y remeras, era ya de una densidad considerable. El estadio se iba agrandando a cada paso, mientras intentaba recordar cuando había ido por última vez a un recital de rock de acá de esta envergadura. 

Pudimos acceder a nuestra ubicación con relativa facilidad, luego de pasar por lo menos tres cacheos, y nos acomodamos en la platea casi en línea recta al escenario, entre bromas y alusiones a lo viejo que estábamos por no ir al campo. La cita era a las 21 horas, pero rápidamente nos dimos cuenta de que la banda oriunda de Mataderos saldría más tarde, eran ya las 20:30 y recién salían los teloneros. 


Apenas pasadas las 22, entre el frío y una leve llovizna que fue y vino durante todo el show, se escucharon los primeros acordes del radial Corazón fugitivo. Al reciente hit le siguió Nómades, otro tema de su última placa Pesados Vestigios (2014). Un comienzo power pero que se me reveló un poco frío, dada mi falta de identificación con esta última versión del grupo. Pero eso fue rápidamente remediado cuando Motoralmaisangre inundó la escena, y me arrancó las primeras sonrisas y miradas cómplice de la noche. 

La seguidilla Almohada de piedra y Canibalismo galáctico se me antojó demasiado "nueva" por un momento, hasta que caí en que son canciones estrenadas en 2006 y 2010 respectivamente, y me pregunté a donde se había ido todo ese tiempo. Escucho cantar a Chizzo "evolutivo y didáctico/super nova demencial", y pienso que sus letras, al contrario de otras bandas de la misma época, no han envejecido mal, y el recital me da muchos ejemplos para apoyar este parecer. 


Cuando suenan A tu lado y Detonador de sueños, pegadas como en el disco de 2003 (uno de mis favoritos, para más datos), temas cortos, contundentes, que son el fiel reflejo del lema: "lo bueno, si breve, dos veces bueno", ya estoy convencido de que haber asistido al recital fue una gran decisión. Y es justo el momento en el que comienzan los flashbacks. Estoy en otro estadio, en otro recital, la banda presenta Detonador de Sueños en Vélez, en ese momento no lo sabía, pero sería la última vez que la vería en vivo en más de una década. El recuerdo es fugaz, vuelvo al presente. 

Chizzo habla poco, agradece, la banda no se toma respiros, suena potente, y elige todas canciones al palo, algunos temas los presenta, otros deja que hablen por sí mismos, para el que sigue aclara que se trata de una canción vieja que desempolvaron. En los primeros acordes me cuesta reconocerla, recuerdo el riff pero no su nombre, la letra comienza a brotar sola en mi cabeza, como algo olvidado por mucho tiempo que se resiste a ser borrado. Cortala y olvidala es uno de los mejores tracks de A donde me lleva la vida (1994), con un estribillo muy ganchero que me propongo cantar a grito pelado, en ese anonimato que dan 40 mil voces elevándose al unísono. Estoy en el recital pero también en el departamento en que vivía cuando era adolescente, una mañana cualquiera antes de ir al secundario, aprovechando mi tiempo libre para jugar un rato al PC Fútbol y escuchar música, descubriendo uno de los primeros discos de La Renga, al que llego tarde porque en el momento de su edición tenía apenas 9 años, y que demuestra que no siempre vivimos al tiempo en forma cronológica. 

Vuelvo rápido al presente con San Miguel, otra canción que no conozco muy bien, aunque muchos a mi alrededor la festejan y se la saben completa. "Es que la muerte esta tan segura de vencer, que nos da toda una vida de ventaja" reza Cuando vendrán, y los de Mataderos hacen suya una frase anónima que por una buena parte de la adolescencia confieso que pensé que les era propia. El capricho del recuerdo me aleja de Despedazado por mil partes (1996), y me encuentra en un quiosco de diarios de Villa del Parque, en 2001, comprando Insoportablemente vivo el mismo día que se puso en venta, disco doble grabado justamente en vivo en el mismo estadio en que me encuentro ahora, lanzado junto con una revista que aún conservo, y distribuido en dichos quioscos. 


El onceavo tema del show fue En el baldío, uno de los cortes de difusión de La esquina del infinito (2000), y un verdadero clásico de la banda, que dio pie a la parte más tranquila del evento. Una vez más Chizzo se dirigió al público, esta vez para presentar a un histórico de nuestro rock, con el que grabaron un tema en su último larga duración. Así ingresó el gran Ricardo Soulé en escena, quien interpretó junto a la banda, y su inestimable violín eléctrico, Sabes que (la canción en cuestión), y se quedó también para realizar su aporte en Triste canción de amor, ese cover de los mexicanos de El Tri que los de Mataderos supieron apropiarse hace muchos años, y que contó también con la participación de Pablo Martinián en teclados. 

Pasado ese breve período de relativa tranquilidad arremetieron con Arte infernal, otro de sus hits de La esquina del infinito, disco del que hicieron una gran cantidad de temas, y de repente estoy solo en la parada del 47 con destino a Villa del Parque, tengo puestos los auriculares, y escucho en mi walkman un TDK de 90 minutos que grabé hace poco con un compilado de lo último de mis bandas locales favoritas, "Ese adiós te rompió en pedazos/tus ganas de seguir" se escucha mientras pasa la cinta. El twist del pibe me devuelve a la platea del globo, una de mis canciones preferidas del disco de la estrella (1998), y la única que van a tocar hoy. Si bien no fue la primera del LP en gustarme, con el tiempo fue una de las que más se quedaron conmigo. "Así como volver a empezar/todo termina de repente/pero no me digas adiós/solo decime hasta siempre" canto mientras pienso si habrá entradas para el miércoles (es solo un acto reflejo, ya que sé que no podría ir). Para terminar de completar una gran seguidilla suena Desnudo para siempre (o despedazado por mil partes), obra que abre el disco homónimo y mires donde mires todo es alegría y emoción. El sonido es tan potente que ya a esta altura estoy felizmente aturdido, los años de aburguesamiento no vienen solos. 


Luego de La vida, las mismas calles, canción que no se cuenta entre mis favoritas, continuaron con Al que he sangrado, y Tripa y corazón, sin duda puntos altos de La equina del infinito y del disco de la estrella respectivamente. Aunque cada vez que escucho la intro del último es inevitable recordar que por mucho tiempo lo usaron para musicalizar publicidades de Carburando. Chizzo nuevamente anunció que se venía uno de los viejos hits y empezaron a sonar los primeros acordes de Somos los mismos de siempre, uno de mis temas preferidos de la primera etapa del grupo, el único que tocaron de Bailando en una pata (1995), que fue muy festejado por todos los asistentes. Durante su ejecución la vista del campo desde la platea ofrecía un espectáculo digno de apreciar. Los cantos y el pogo se desvanecen de golpe y estoy en el Musimundo de Flores, con apenas tengo 13 años, mirando las bateas de Cds queriendo cambiar un disco de los Stones que me regalaron y ya tenía. Luego de dar varias vueltas elijo Esquivando charcos (el cassette pirata es del 91, pero su reedición en cd del 98), pierde en comparación con Bailando en una pata, pero es un documento digno de los inicios de La Renga. 

Fui al recital sin expectativas, luego de un largo tiempo de no ver a la banda en vivo, y la verdad que lo estaba pasando muy bien. Bien alto, otro componente del LP del 98, le dio paso al por mucho tiempo inédito Oportunidad oportuna, y pegado sonó El rey de la triste felicidad, y ahí es cuando pienso que Nacho, mi hermano menor, miembro de Expreso a Neptuno, y que fue conmigo al recital, tiene razón cuando dice que La esquina del infinito es uno de los mejores discos del grupo, aunque yo siempre pongo a otros por arriba. Guitarra filosa, sonido metálico y un gran riff irrumpen cuando Chizzo, Tete y Tanque se despachan con el que es, en mi opinión, el último gran tema de la banda, me refiero a Oscuro diamante, de Truenotierra (2006), ese que dice "El mundo por fin se acabó/dejando a oscuras la vieja ilusión/que aunque sea ya muy tarde/seguimos buscando", y dan ganas de cantar a viva voz. 

Cuando la guitarra de Chizzo comenzó con el característico riff de El final es en donde partí, se adivinaba que el show estaba alcanzando su fin. "Y en qué lugar, habrá consuelo para mi locura" canto mientras escucho un cassette grabado que me prestó un compañero de la primaria, me lo había dado porque tenía un par de canciones de Los Piojos, pero por suerte estaba este temón de La Renga, y con 11 años es la primera vez que recuerdo haber escuchado al grupo. El presente me invade nuevamente con La razón que te demora, que arranca tranquilo pero va tomando empuje y épica a medida que avanza, y ahora sí, después de dos horas ininterrumpidas de fiesta, la banda agradece, saluda y sale del escenario. 


Por suerte no tuvimos que esperar demasiado, habrán sido 10 minutos, pero el frío y el viento los hicieron alargar al máximo. Los bises comenzaron con Masomenos blues, de su última placa, que tiene para destacar su sonido de guitarra slide bien sureño, y continuaron con tres canciones de Despedazado por mil partes, la sorpresiva y lisérgica Psilocybe mexicana, con su estilo de ranchera rock, El viento que todo empuja y finalmente (y para sorpresa de nadie) Hablando de la libertad, ese himno que cierra todos los recitales del grupo y que inspira grandes pogos y festejos en el público. 

Para mí fue mucho más que un recital, fue un viaje de dos horas y media por la adolescencia, recorriendo varias de las canciones con las que crecí y me acompañaron en distintos momentos de la vida. El final tiene ese gusto agridulce que nos invade cuando algo que disfrutamos se termina, pero me quedo tranquilo porque sé que siempre puedo volver a verlos, y así continuar el viaje.

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